Un polvoriento día de verano llaman al doctor Faraday a Hundreds Hall, la mansión de los Ayres, en el desolado centro de una Inglaterra deposguerra que está cambiando aceleradamente. Faraday ya había estadoallí cuando era un niño y su madre era una de las criadas de la casa.Y se había colado en las regias habitaciones, y, fascinado por tantabelleza, había roto una moldura de los artesonados de un corredor y se la había llevado. Ahora, gracias a los sacrificios de sus padres, esmédico, aunque con una posición social no muy cómoda en el rígidosistema de clases inglés, y piensa que esta visita es un golpe desuerte. Pero Hundreds Hall ya no es más que la sombra de sí misma: las tapicerías cuelgan en jirones, la carcoma se ceba en el interior dela casa y las malas hierbas arrasan los jardines. La señora Ayres aúnes una señora elegante, que mantiene como puede su dignidad. Roderick, su hijo, ha vuelto de la guerra cojo y enfermo. Se ocupa como puedede la casa y de la hacienda, y va vendiendo las tierras y la familiase va comiendo el capital. Su hermana Caroline, independiente,excéntrica y masculina, ha tenido que volver a Hundreds Hall paraayudarlo. Pero los Ayres han llamado al doctor Faraday para que seocupe de Betty, la joven criada de catorce años, que quizá sólo estáenferma de miedo, aterrorizada por aquello que percibe en la casa.Porque siempre son los niños y los animales los primeros en advertirlo siniestro. Y aunque nadie la cree, en Hundreds Hall se oyen ruidosinexplicables, se ven sombras fugaces y marcas de fuego en lasparedes, y las cosas más familiares pueden volverse atrozmenteperversas...«Una novela estupenda... Una notable incursión en el género» (MiguelArtaza, El Correo Español).«Si lo que buscas es un "libro-cepo", de esos que te enganchan y delos que no hay quien se zafe hasta el final, hazte con El ocupante deuna Sarah Waters grandiosa» (Sonia Rueda, 20 Minutos).