ARROYO, RAMON / ARROYO PRIETO, RAMÓN
Cuando me diagnosticaron esclerosis múltiple, un médico me aseguró que en poco tiempo no podría caminar ni 200 metros. Unos años después,participaba en mi primera Ironman, la prueba más exigente deltriatlónCon 32 años lo tenía todo: era un hombre sano, enamorado, con sentidodel humor y luchador. Ejecutivo comercial en una gran empresa, viajaba constantemente por todo el mundo, saltando de un continente a otrocon la misión de cerrar acuerdos importantes. Mi vida profesionaltranscurría entre países exóticos, hoteles lujosos, esperas enaeropuerto, aviones estrechos y reuniones tensas e interminables. Lotenía realmente todo. Pero aquello pareció desvanecerse para siempreuna mañana de vacaciones. Se me cayó el cigarrillo de las manos. Nouna, sino dos veces. No le di mucha importancia al principio, perofueron las primeras señales de un conjunto de síntomas que mepreocuparon. Poco después me dijeron que padecía esclerosis múltiples. Me pronosticaron un futuro bastante gris y lo acepté, pero cuando vique no podía coger en brazos a mi hijo, cambié totalmente de actitud.Empecé a recorrer cada día los 200 metros que separaban mi casa de laestación de metro. Cuando comprobé que podía hacerlo, decidí aumentarla distancia. Poco a poco, correr se convirtió en mi apuesta vitalhasta que quise ir aún más allá. Me compré una bicicleta y me aboné auna piscina. Tenía dos claros objetivos: romper mis límites y vivir.
Cuando me diagnosticaron esclerosis múltiple, un médico me aseguró que en poco tiempo no podría caminar ni 200 metros. Unos años después,participaba en mi primera Ironman, la prueba más exigente deltriatlón
Con 32 años lo tenía todo: era un hombre sano, enamorado, con sentidodel humor y luchador. Ejecutivo comercial en una gran empresa, viajaba constantemente por todo el mundo, saltando de un continente a otrocon la misión de cerrar acuerdos importantes. Mi vida profesionaltranscurría entre países exóticos, hoteles lujosos, esperas enaeropuerto, aviones estrechos y reuniones tensas e interminables. Lotenía realmente todo. Pero aquello pareció desvanecerse para siempreuna mañana de vacaciones. Se me cayó el cigarrillo de las manos. Nouna, sino dos veces. No le di mucha importancia al principio, perofueron las primeras señales de un conjunto de síntomas que mepreocuparon. Poco después me dijeron que padecía esclerosis múltiples. Me pronosticaron un futuro bastante gris y lo acepté, pero cuando vique no podía coger en brazos a mi hijo, cambié totalmente de actitud.Empecé a recorrer cada día los 200 metros que separaban mi casa de laestación de metro. Cuando comprobé que podía hacerlo, decidí aumentarla distancia. Poco a poco, correr se convirtió en mi apuesta vitalhasta que quise ir aún más allá. Me compré una bicicleta y me aboné auna piscina. Tenía dos claros objetivos: romper mis límites y vivir.