Reconocía La trama celeste, su primer libro de cuentos, como una posta de graduación, como el primer libro con el que dejó, según sus palabras, «de eludir la responsabilidad». Desde entonces, hasta su último libro de cuentos, conservó la curiosidad y el espíritu experimental del principio, ensayando versiones de su método personal de lectura del mundo. La variación es asombrosa. Hay policiales cinematográficos, cuentos de tono gótico donde los edificios de departamentos toman el lugar del castillo o la mansión, aunque también hay caserones. Hay relatos fantásticos y de ciencia ficción. Hay historias de amor trabajoso y solitario, y hay historias de amor. Hay climas locos, de pesadilla, como las cárceles de Piranesi, aunque en el fondo palpita el ánimo juguetón de Escher. Hay relatos que bordean lo kafkiano, donde lo importante es justamente el borde. Hay epigramas casados con cuentos breves. Todo es posible en la inmensidad de su escritura. La suma de sus cuentos puede leerse como el reflejo de esa biblioteca abierta que inauguró en la juventud.