En 1935, la joven Carmen Conde comenzó una profunda amistad conKatherine Mansfield, fallecida doce años atrás. Las relacionesliterarias de los vivos con los muertos pueden ser fructíferas, y aCarmen Conde esta búsqueda -este diálogo en una sola dirección- leposibilitó un conocimiento mayor de sí misma, de sus inquietudes y sus vaivenes íntimos, desde un ejercicio estilísticamente rico einteligente: Katherine Mansfield fue interlocutora y espejo, amigasilenciosa y necesaria, apoyo para abrirse paso -con firme vocación-en un mundo de hombres. En estas Cartas a Katherine Mansfield -que sereeditan completas aquí por vez primera, con edición de Fran Garcerá,coincidiendo con los cuarenta años del ingreso de la autora en la Real Academia Española- laten la cotidianeidad y las dudas existenciales,la muerte y las pulsiones suicidas, el gozo extraño de las pequeñascosas que el mundo ofrece y el misterio absorbente de la creaciónartística. Carmen Conde las escribió desde la fascinación y lacuriosidad -¿qué rostro tendría su amiga nunca vista?, ¿qué habríasentido Katherine Mansfield al leer sus cartas?-, a la vez que dejótraslucir en ellas una complicidad que no entiende de tiempo,distancia ni idioma y que, con una belleza mágica, difumina lafrontera entre la vida y la muerte.